domingo, 3 de julio de 2011

EL LENGUAJE, ¿INVENCIÓN CULTURAL O DOTACIÓN INNATA?



                                                I

Lenguas criollas y lenguas pidgin: qué son y qué nos muestran sobre la capacidad humana para el lenguaje.


Aunque la universalidad del lenguaje se admite como un hecho incontrovertible,  la esencia genética de este portentoso medio de comunicación humano merece dos análisis diferentes por parte de los entendidos. Algunos lingüistas, entre los que cabe citar a Hilary Putnam, sostienen que se trata de una invención cultural. Otros estiman que nuestro cerebro dispone de una dotación gramatical innata responsable de la existencia de las lenguas.
Steven Pinker, representante de la segunda postura, presenta diversas experiencias de prestigiosos investigadores que avalan su idea de que el lenguaje es un instinto innato. Nos da a conocer en primer lugar el trabajo de Derek Bickerton. Este hombre ha hecho estudios sobre el lenguaje en dos escenarios geográficamente distantes pero similares en cuanto a las circunstancias. En primer lugar nos habla de las plantaciones de tabaco, algodón, café y azúcar de algunos terratenientes, en las que tuvieron que trabajar en un mismo grupo esclavos y trabajadores de diferente procedencia lingüística; al no disponer de tiempo para aprender las lenguas de los compañeros, se vieron obligados a adoptar una jerga común sobre la base de la lengua del propietario de la explotación. Este conjunto de palabras inconexas, caóticamente organizadas y carentes de la mínima solvencia gramatical constituyen un “dialecto macarrónico” o pidgin. Pues bien, Bickerton aportó pruebas según las cuales, cuando esta deficiente lengua fue participada a niños en edad de adquirir la lengua materna, por personas que no eran sus padres, sufrió una transformación que la llevó a constituirse en una nueva lengua con su correspondiente estructura gramatical y vigor expresivo. Esta lengua formada a partir de un pidgin se denomina lengua criolla. Según S. Pinker, esta creación se debe a que tenemos una capacidad cerebral innata de producir lenguaje en nuestros primeros años de vida.
D. Bickerton aporta, asimismo, otra experiencia nacida en las plantaciones de azúcar de Hawai al final del siglo pasado. El espectacular rendimiento de las plantaciones de caña azucarera agotó la mano de obra de la zona y exigió la contratación de trabajadores de China, Japón, Corea, Portugal, Filipinas y Puerto Rico. Al poco tiempo ya habían elaborado un “dialecto macarrónico”. Los niños que se criaron en aquellos años en las plantaciones de Hawai recibieron este pidgin y elaboraron a sus expensas una lengua nueva en la que ciertas unidades morfológicas se utilizaban sistemáticamente como preposiciones, pronombres relativos, marcas de caso y auxiliares.
Dice Bickerton que esta capacidad de crear lenguaje se debe a que poseemos una máquina gramatical innata en el cerebro, y que las lenguas criollas – elaboradas por unas mentes infantiles que no han estado expuestas a la influencia verbal de sus progenitores – nos permiten observar el funcionamiento de los resortes que mueven ese ingenio gramatical que anida en nuestro cerebro desde el momento de la concepción. Este funcionamiento respondería de igual manera de los fallos cometidos por los niños respecto a la lengua que hablan sus padres, constituyendo la elaboración lingüística infantil una lengua criolla correcta más.
Somete ahora  Pinker a nuestra consideración procesos de criollización en estrategias comunicativas no verbales, introduciéndonos en el mundo de la comunicación entre los sordos.
En Nicaragua se crearon las primeras escuelas para sordos en 1979. La enseñanza de la lectura labial y el lenguaje oral impartidos constituyeron un fracaso. No obstante, la convivencia de los escolares en recreos y autobuses propició el nacimiento de un sistema de signos que poco tiempo después se adoptó oficialmente con el nombre de Lenguaje de Signos Nicaragüense (LSN). Cuando, pasado algún tiempo, comenzaron a acudir escolares menores de cuatro años a los colegios de sordos en los que se impartía el LSN, respondieron de forma paulatina gesticulando con figuras mucho más estilizadas, mayor fluidez y un lenguaje de signos más consistente. Este lenguaje se diferenciaba lo suficiente de su predecesor como para constituir una nueva lengua, que efectivamente se bautizó con el nombre de Idioma de Signos Nicaragüenses (ISN), y que posee los rasgos de una lengua criolla.
Pinker aduce más evidencia a favor de su tesis con la presentación del estudio llevado a cabo por las psicolingüistas Jenny Singleton y Elissa Newport sobre un niño sordo profundo de nueve años, al que designan con el nombre ficticio de Simon, cuyos padres son también sordos. Estos habían aprendido el Lenguaje de Signos Americanos (ASL) de forma imperfecta, pues en el momento de la adquisición contaban ya con quince años. La comisión de múltiples errores en la signación de los mensajes convertía al ASL en un “dialecto macarrónico” a la hora de comunicarlo a su hijo. El hecho chocante es que el niño interpretaba los signos erróneos como formas correctas del ASL; esto demuestra que la mente de los niños es capaz de ciertas elaboraciones gramaticales espontáneas. El niño criollizó el pidgin de sus padres.
Los niños aprenden el lenguaje por sí solos. Se puede demostrar que los niños saben cosas acerca del lenguaje que nadie les ha enseñado. Chomsky dice que puede verse  en el movimiento de ciertas palabras de la frase para hacer preguntas; estima que un niño, sin que se lo haya dicho su madre, puede elaborar: “¿Está el perrito que juega con la pelota en el jardín?”, y esto es porque el famoso lingüista piensa que el diseño del lenguaje es innato.
Pinker cree, concluyendo su argumentación, que, como instinto, el lenguaje debería tener una localización en el cerebro y que debería haber unos genes que han dictado su desarrollo. La existencia de alteraciones neurológicas y genéticas que afectaran al lenguaje sin deteriorar el resto de funciones cerebrales, abogaría por una localización puntual del instinto del lenguaje en la masa cerebral. Y la realidad es que existen varias alteraciones del tipo citado que dañan el lenguaje sin afectar a otras facetas de la inteligencia; tal es el caso de la afasia de Broca, provocada por lesiones en la parte inferior del lóbulo frontal del hemisferio izquierdo del cerebro. Asimismo, algunos genetistas estiman que las deficiencias de lenguaje que afectan a varios miembros de una familia pueden deberse a un gen dominante defectuoso, siendo esta tacha, que no afecta al resto de la inteligencia, hereditaria.





II

El determinismo lingüístico de Whorf y su crítica.

A la pregunta de si las palabras determinan las concepciones mentales o son las ideas las que exigen disponer de pregoneros que las anuncien, el Determinismo Lingüístico respondería con la propuesta inicial.
El fundamento teórico de esta escuela lo aporta Edward Sapir al afirmar que los usuarios de lenguas diferentes hacen referencia a distintos aspectos de la realidad cuando elaboran frases sobre un determinado asunto. El español, a la hora de mencionar un hecho del pasado, elegirá entre pretérito imperfecto de indicativo y pretérito indefinido respectivamente según pretenda señalar que la acción iba aconteciendo o se acabó totalmente en un determinado momento anterior al de expresión de la frase. Los hablantes del “wintu”, a la hora de sufijar un verbo, no se tendrán que ocupar del tiempo sino de si la información que van a transmitir procede de experiencia propia o de informes de otras personas.
Benjamín Lee Whorf, inspector de la Compañía de Seguros de Incendios de Hartford, estaba interesado en las lenguas aborígenes de Norteamérica, por lo que acudió a las clases de Sapir en Yale. Whorf explicaba que en apache la frase  Es un surtidor que gotea se expresa de este modo: << Como agua, o surtidor, la blancura desciende>>; esta última cadena verbal propicia en los apaches, según Whorf, una elaboración mental diferente a la que suscita en las mentes de los americanos no indígenas ese mismo fenómeno existencial del goteo del surtidor.
Las conclusiones de Whorf encontraron con celeridad las críticas de los psicolingüistas E. Lenneberg y R. Brown; le objetaron que no había tenido contacto con los apaches y que fundamentaba sus apreciaciones sobre la psicología de esta tribu en la lengua hablada por ellos. Además, las traducciones del apache de Whorf eran demasiado literales potenciando interesadamente el divorcio conceptual con el inglés.
Entrando en otra parcela, Whorf hablaba de que la lengua hopi carece de <<palabras, formas gramaticales, construcciones o expresiones que se refieran directamente a lo que denominamos “tiempo”, o a nociones como pasado, futuro, duración o permanencia>>. También decía que los hopi no tenían una noción del tiempo como entidad que recoge los diferentes aconteceres de la existencia y cuya progresión nos permite alcanzar el concepto “futuro” respecto a momentos precedentes anteriores al presente. Los sucesos para los hopi no son aconteceres necesitados de una cierta duración, sino revestidos de conocimiento de lo actual, mito pretérito o acciones que tendrán presumible realización en el devenir próximo. Asimismo, los hopi conceden escasa relevancia a las fechas, calendarios o  cronologías. Sin embargo, El Instinto del Lenguaje recoge estas dos líneas  traducidas del hopi por el antropólogo Ekkehart Malotki:

Entonces claro, al día siguiente muy temprano, a la hora en que la gente le reza al sol, más o menos a esa hora él volvió a despertar a la muchacha.

Se puede constatar en ellas la presencia de vocablos relativos al tiempo, tales como día, siguiente, temprano y hora.
 Además sabemos por Pinker, autor del libro mencionado, que Malotki ha estudiado bien la lengua de los hopi, y nos dice que tienen tiempos verbales, unidades de tiempo (días, semanas, meses, años, estaciones, fases lunares) y otros términos relativos al concepto tiempo.
Otra afirmación de Whorf, en el sentido de que los esquimales tenían siete raíces diferentes de palabras para designar la nieve, fue desmontada por el lingüista Geoffrey Pullum; de hecho los esquimales no tienen más palabras para nombrar la nieve que el español.
Pinker, aireando su condición de científico cognitivo, defiende que lenguaje y pensamiento son dos entidades diferentes; las ideas, opina, tienen que ser algo diferente de las palabras, cuando una palabra puede representar diferentes conceptos; para él, la idea del determinismo lingüístico es absurda.
La existencia de pensamiento no verbal, así como un mayor conocimiento de cómo funciona el pensamiento, rebaten drásticamente la idea del determinismo. Se da el caso curioso de adultos sordos que carecen de cualquier forma de lenguaje – signos, escritura, lectura labial o habla – y que, sin embargo, son capaces de conceptualizar entidades. Pinker nos presenta la experiencia de Susan Schaller, una intérprete del lenguaje de signos en la ciudad norteamericana de Los Ángeles. En el libro A Man Without Words (Un hombre sin palabras ), esta mujer narra la historia de un emigrante ilegal mejicano sordo, Ildefonso, que a la edad de veintisiete años carecía de todo lenguaje. Ganada por la expresión alegre y vivaz del joven, decidió ser su profesora. Abordado el terreno del cálculo, a los tres minutos de práctica, con ayuda de papel y lápiz, había adquirido el concepto de número y sabía sumar. En el área lingüística, en cuanto Susan le enseñó el signo de <<gato>>, adquirió el concepto “nombre”, pues rápidamente solicitó de su maestra los nombres de los objetos entre los que se movía cotidianamente. En seguida fue capaz de relatar a la profesora episodios de diferentes épocas de su vida.
Guiada por él, S. Schaller accedió a un grupo de adultos sordos desprovistos de lenguaje como Ildefonso, que, no obstante, exhibían habilidades tales como arreglar candados, manejar dinero, interpretar historias mediante mimo, u otras abstracciones mentales más complejas. El pensamiento posee un lenguaje interno propio que se conoce con el nombre de “mentalés”. El lenguaje oral es subsidiario del mentalés, y conocer una lengua es saber cómo traducir el mentalés a cadenas de palabras y viceversa. Las personas desprovistas de lenguaje seguirán teniendo el mentalés.
Pinker aduce algunos casos más que sustentan su convencimiento de que es posible el lenguaje no verbal. El primero es el de los bebés, que no pueden pensar a base de palabras porque todavía no las han adquirido. Secunda su posición el trabajo de la psicóloga evolutiva Karen Wynn, que ha demostrado que los bebés de cinco meses pueden hacer algunos cálculos mentales aritméticos sencillos. Cuando se les presentaba repetidamente idéntico  número de los mismos objetos, terminaban por negar su atención al aburrido espectáculo; sin embargo, cuando variaba el número de objetos a contemplar, los niños intensificaban su atención. Con este método, Karen Wynn ha demostrado que los bebés, incluso de unos pocos días, son sensibles al número.
Se dice, entrando en una última consideración, que S.T. Coleridge recibía la inspiración de imágenes mentales, no de palabras, y que algunos científicos manifiestan tener un pensamiento geométrico, no verbal, como podría ser el caso de Michel Faraday o Albert Einstein.